Es imposible no ver aquí el poder
de la Iglesia en nuestra sociedad “laica” y su fraterna relación con el Estado;
por lo que se destaca la urgencia de una separación efectiva del Estado de la
Iglesia. En una sociedad con leyes religiosas, todo quien no cumpla los valores
eclesiales es un infractor de la ley, por lo que sólo quienes cumplan esa ley
tendrán la posibilidad de acceder a derechos; la comunidad religiosa es la
privilegiada, segregándose así la población laica o que desafíe las leyes de
Dios. Si el matrimonio según la ley eclesiástica es exclusividad del reino de
Dios, bajo ese criterio, debiésemos entender que hipotéticamente en un Estado
laico una institución religiosa no tendría valor legal, sólo espiritual, sería
otro rito más como el bautismo o un pacto de sangre, debiese entenderse en este
sentido el matrimonio como una costumbre religiosa. El problema nuevamente es su carácter que
traspasa los límites de una creencia, el matrimonio es una institución que no
debiese tener connotación religiosa si va aplicada a lo legal en una sociedad
declarada laica, donde los requisitos para el matrimonio son poseer los valores
cristianos, imponiendo su moral sobre el resto y posicionando al matrimonio
como única institución legítima.
No al matrimonio, no a la monogamia obligatoria y no al orden familiar patriarcal.
A pesar de que el matrimonio igualitario sea una demanda legítima no debemos dejar de hacer una crítica al significado de matrimonio y al de familia, independiente del sexo-género de quienes conformen las instituciones ya nombradas, pues se desarrollan las mismas dinámicas patriarcales sin importar sus integrantes.
No al matrimonio, no a la monogamia obligatoria y no al orden familiar patriarcal.
A pesar de que el matrimonio igualitario sea una demanda legítima no debemos dejar de hacer una crítica al significado de matrimonio y al de familia, independiente del sexo-género de quienes conformen las instituciones ya nombradas, pues se desarrollan las mismas dinámicas patriarcales sin importar sus integrantes.
El matrimonio
data desde el
imperio romano; posteriormente junto al descubrimiento de la agricultura, la
metalurgia, la domesticación de animales, etcétera que permitieron el aumento
de riquezas, dando lugar a una sociedad de clases y a la propiedad privada; se
le sacó partido a la relación coito-reproducción, convirtiéndose la mujer en un
instrumento de reproducción de humanos al servicio y satisfacción sexual del
hombre; y al hombre en el propietario de la mujer y del producto (descendencia).
El origen etimológico de “familia” proviene del latín y su significado es
“conjunto de esclavos”, conjunto que para los antiguos romanos refiere a la esposa, hijos y otros esclavos
que un ciudadano debe poseer. El padre
tiene patria potestad sobre los integrantes de su familia y esta es heredada al
hijo varón, y para asegurar la “legitimidad” de la descendencia, la monogamia
se convirtió en una obligación para la mujer. Siglos después, la Iglesia se apodera de la institución
mediante una alianza con el Estado; con el fin de regular el intercambio de
mujeres por patrimonio y procurar la élite de la procreación entre personas de
sangre noble, mezclando el plan económico con la moral católica.
Hoy en día la familia se encarga de reproducir roles y normalizar a las
personas para que sean funcionales al sistema. En la familia se nos enseña lo
correcto y lo incorrecto para vivir en sociedad, estimulando el primero y
castigando el segundo. Desde que nacemos se nos enseña el comportamiento
adecuado para el varón y para la mujer, para el machito y la hembrita; de esa
forma aprendemos e internalizamos la
existencia de dos únicas formas de persona: El hombre; fuerte, jefe de hogar,
insensible y mil etcéteras que deben ser meticulosamente cumplidos porque si no
su virilidad se ve expuesta a cuestionamiento y por ende se le “denigra” a una
condición femenina, como homosexual o como mujer (sí, denigra, pues en nuestra
sociedad patriarcal la femineidad es criminal, es debilidad, sumisión); Y la
mujer, el sexo débil, la esposa, la madre, la satisface necesidades, la que
alguna divinidad tatuó en su útero que debe parir hasta morir y moldear a las
crías a semejanza de los roles de sus progenitores. Esto se repite
constantemente en la familia, en la crianza, formas que determinan a la persona
cómo debe ser y actuar. Debido a esta rígida construcción de roles, se cataloga
como negativo toda práctica que atente contra la norma, por ejemplo la
homosexualidad por no cumplir función reproductiva y el disfrute de la sexualidad
de la mujer por atentar contra la idea de ella como objeto, de propiedad
privada, contra la monogamia. En la actualidad se puede apreciar cierto
progresismo, en el sentido de que hay varios países donde existe el matrimonio
igualitario, el derecho al aborto, etcétera. Pero estos avances han sido dentro
del margen de una sociedad capitalista y patriarcal, adaptando lo que no
pudieron reprimir del todo al sistema, una reforma. Podemos ver que en las
relaciones afectivas no-heterosexuales se reproducen las mismas dinámicas de
opresión que en las heterosexuales, de lo masculino sobre lo femenino; en la
cotidianidad nos encontramos con parejas
de personas del mismo sexo en la cual una ejerce un rol masculino y la otra uno
femenino, viéndose muchas veces, de forma implícita o explícita el machismo.
Entonces, tenemos familias homo-parentales machistas, que reproducen todas las
normas del patriarcado que son satisfactorias para el capitalismo.
Por eso decimos NO al
matrimonio ni al modelo familiar
imperante; a la familia perfecta que nos venden a través de los medios de
comunicación, que independiente de los sexos de la pareja, sostienen y son
pilares del patriarcado y el capitalismo; por reproducir el machismo, criar
bajo lo que se conoce como la heteronorma y servir al capitalismo rosa.
Planteamos la necesidad de abolir la familia como
estructura económica privada, en las que se encuentran las tareas de
abastecimiento de alimentos, abrigo y cuidados necesarios para la reproducción
de la fuerza de trabajo; para dar paso a relaciones establecidas libremente,
sin coerción económica, basadas en el amor.
Una demanda legitima.
A pesar de todo lo escrito
anteriormente respecto a la familia, la demanda por un matrimonio igualitario
es legítima y justa teniendo en cuenta que su existencia constituye una forma
de igualdad de derechos, al poner en igual de condiciones a las relaciones
no-heterosexuales ante la institución matrimonial y la vida cívica en general.
La
diferencia entre “matrimonio” y “AVP” no es sólo cuestión de nombre, en ningún
caso son sinónimos, y si la diferencia radicara sólo en nombre, también
implicaría un grave problema de discriminación; pues la existencia de dos
instituciones idénticas con nombres distintos que son aplicadas distinguiendo
el tipo de contratantes implica una discriminación arbitraria que vulnera el
principio de “igualdad”, de la igualdad de acceso a una institución, la
distinción del nombre de la institución inevitablemente revela una diferencia,
una no positiva sino una separatista e injustificada. Esta distinción justifica
los argumentos en contra el derecho a casarse con quien se desee y a la
protección y reconocimiento de familias homo parentales, esto porque los
regímenes contractuales fueron
construidos en base a definiciones de tipo moral religioso que serían
inseparables de una ideología instaurada, dándole un carácter de inmutabilidad
y enfrentando así la dignidad humana versus el “saber y poder” de otros;
tildando a quienes se les oprime como inmorales o como personas que delinquen
las leyes sociales y naturales, justificando así la opresión bajo esa misma
premisa.
Por todo lo anterior, damos
cuenta de la legitimidad y lo justo de esta demanda, pues es innegable que su
conquista sería un hecho progresivo y una ganancia para la lucha de las
sexualidades; pero sin dejar de hacer una crítica a la institución, apelando a
que debemos luchar por una familia que esté basada en lazos de amor libres de
intereses económicos y que no sirva de mecanismo sostenedor y reproductor del sistema.
Decimos SÍ al matrimonio igualitario, para poder decidir NO casarnos.
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