jueves, 23 de enero de 2014

Matrimonio Igualitario; por el derecho a decidir a NO casarnos.




En Chile la lucha por la igualdad de derechos ha sido de larga data, las débiles peticiones se han transformado en demandas democráticas potentes que han puesto en jaque al gobierno. Actualmente, la demanda  “matrimonio igualitario” es negada y a cambio se ha propuesto la llamada AVP (acuerdo de vida en pareja), con el fin de defender el nombre “matrimonio” y su conceptualización legislativa-religiosa de cualquier forma de convivencia inmoral  a juicio del conservadurismo en base argumentos etimológicos y religiosos fácilmente rebatibles, como es “el fin reproductivo” o “lo natural es la relación de un hombre con una mujer”, ambos desestimables, el primero porque no toda pareja heterosexual quiere o puede reproducirse y el segundo porque se basa en un principio innato que apela a la naturaleza animal, con énfasis en determinantes biológicos, sin dar cuenta de la naturaleza social humana ni que las relaciones o prácticas homosexuales sí existen en lo que consideran exclusivamente como “lo natural” por ser practicado por animales no humanos.
Es imposible no ver aquí el poder de la Iglesia en nuestra sociedad “laica” y su fraterna relación con el Estado; por lo que se destaca la urgencia de una separación efectiva del Estado de la Iglesia. En una sociedad con leyes religiosas, todo quien no cumpla los valores eclesiales es un infractor de la ley, por lo que sólo quienes cumplan esa ley tendrán la posibilidad de acceder a derechos; la comunidad religiosa es la privilegiada, segregándose así la población laica o que desafíe las leyes de Dios. Si el matrimonio según la ley eclesiástica es exclusividad del reino de Dios, bajo ese criterio, debiésemos entender que hipotéticamente en un Estado laico una institución religiosa no tendría valor legal, sólo espiritual, sería otro rito más como el bautismo o un pacto de sangre, debiese entenderse en este sentido el matrimonio como una costumbre religiosa.  El problema nuevamente es su carácter que traspasa los límites de una creencia, el matrimonio es una institución que no debiese tener connotación religiosa si va aplicada a lo legal en una sociedad declarada laica, donde los requisitos para el matrimonio son poseer los valores cristianos, imponiendo su moral sobre el resto y posicionando al matrimonio como única institución legítima.
 No al matrimonio, no a la monogamia obligatoria y no al orden familiar patriarcal.
A pesar de que el matrimonio igualitario sea una demanda legítima no debemos dejar de hacer una crítica al significado de matrimonio y al de familia, independiente del sexo-género de quienes conformen las instituciones ya nombradas, pues se desarrollan las mismas  dinámicas patriarcales sin importar sus integrantes.  
El matrimonio data desde el imperio romano; posteriormente junto al descubrimiento de la agricultura, la metalurgia, la domesticación de animales, etcétera que permitieron el aumento de riquezas, dando lugar a una sociedad de clases y a la propiedad privada; se le sacó partido a la relación coito-reproducción, convirtiéndose la mujer en un instrumento de reproducción de humanos al servicio y satisfacción sexual del hombre; y al hombre en el propietario de la mujer y del producto (descendencia). El origen etimológico de “familia” proviene del latín y su significado es “conjunto de esclavos”, conjunto que para los antiguos  romanos refiere a la esposa, hijos y otros esclavos que un ciudadano debe poseer.  El padre tiene patria potestad sobre los integrantes de su familia y esta es heredada al hijo varón, y para asegurar la “legitimidad” de la descendencia, la monogamia se convirtió en una obligación para la mujer.  Siglos después, la Iglesia se apodera de la institución mediante una alianza con el Estado; con el fin de regular el intercambio de mujeres por patrimonio y procurar la élite de la procreación entre personas de sangre noble, mezclando el plan económico con la moral católica.
Hoy en día la familia se encarga de reproducir roles y normalizar a las personas para que sean funcionales al sistema. En la familia se nos enseña lo correcto y lo incorrecto para vivir en sociedad, estimulando el primero y castigando el segundo. Desde que nacemos se nos enseña el comportamiento adecuado para el varón y para la mujer, para el machito y la hembrita; de esa forma aprendemos e internalizamos  la existencia de dos únicas formas de persona: El hombre; fuerte, jefe de hogar, insensible y mil etcéteras que deben ser meticulosamente cumplidos porque si no su virilidad se ve expuesta a cuestionamiento y por ende se le “denigra” a una condición femenina, como homosexual o como mujer (sí, denigra, pues en nuestra sociedad patriarcal la femineidad es criminal, es debilidad, sumisión); Y la mujer, el sexo débil, la esposa, la madre, la satisface necesidades, la que alguna divinidad tatuó en su útero que debe parir hasta morir y moldear a las crías a semejanza de los roles de sus progenitores. Esto se repite constantemente en la familia, en la crianza, formas que determinan a la persona cómo debe ser y actuar. Debido a esta rígida construcción de roles, se cataloga como negativo toda práctica que atente contra la norma, por ejemplo la homosexualidad por no cumplir función reproductiva y el disfrute de la sexualidad de la mujer por atentar contra la idea de ella como objeto, de propiedad privada, contra la monogamia. En la actualidad se puede apreciar cierto progresismo, en el sentido de que hay varios países donde existe el matrimonio igualitario, el derecho al aborto, etcétera. Pero estos avances han sido dentro del margen de una sociedad capitalista y patriarcal, adaptando lo que no pudieron reprimir del todo al sistema, una reforma. Podemos ver que en las relaciones afectivas no-heterosexuales se reproducen las mismas dinámicas de opresión que en las heterosexuales, de lo masculino sobre lo femenino; en la cotidianidad nos encontramos  con parejas de personas del mismo sexo en la cual una ejerce un rol masculino y la otra uno femenino, viéndose muchas veces, de forma implícita o explícita el machismo. Entonces, tenemos familias homo-parentales machistas, que reproducen todas las normas del patriarcado que son satisfactorias para el capitalismo.
Por eso decimos NO al matrimonio  ni al modelo familiar imperante; a la familia perfecta que nos venden a través de los medios de comunicación, que independiente de los sexos de la pareja, sostienen y son pilares del patriarcado y el capitalismo; por reproducir el machismo, criar bajo lo que se conoce como la heteronorma y servir al capitalismo rosa.
Planteamos la necesidad de abolir la familia como estructura económica privada, en las que se encuentran las tareas de abastecimiento de alimentos, abrigo y cuidados necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo; para dar paso a relaciones establecidas libremente, sin coerción económica, basadas en el amor.

Una demanda legitima.
A pesar de todo lo escrito anteriormente respecto a la familia, la demanda por un matrimonio igualitario es legítima y justa teniendo en cuenta que su existencia constituye una forma de igualdad de derechos, al poner en igual de condiciones a las relaciones no-heterosexuales ante la institución matrimonial y la vida cívica en general.
La diferencia entre “matrimonio” y “AVP” no es sólo cuestión de nombre, en ningún caso son sinónimos, y si la diferencia radicara sólo en nombre, también implicaría un grave problema de discriminación; pues la existencia de dos instituciones idénticas con nombres distintos que son aplicadas distinguiendo el tipo de contratantes implica una discriminación arbitraria que vulnera el principio de “igualdad”, de la igualdad de acceso a una institución, la distinción del nombre de la institución inevitablemente revela una diferencia, una no positiva sino una separatista e injustificada. Esta distinción justifica los argumentos en contra el derecho a casarse con quien se desee y a la protección y reconocimiento de familias homo parentales, esto porque los regímenes contractuales  fueron construidos en base a definiciones de tipo moral religioso que serían inseparables de una ideología instaurada, dándole un carácter de inmutabilidad y enfrentando así la dignidad humana versus el “saber y poder” de otros; tildando a quienes se les oprime como inmorales o como personas que delinquen las leyes sociales y naturales, justificando así la opresión bajo esa misma premisa.

Por todo lo anterior, damos cuenta de la legitimidad y lo justo de esta demanda, pues es innegable que su conquista sería un hecho progresivo y una ganancia para la lucha de las sexualidades; pero sin dejar de hacer una crítica a la institución, apelando a que debemos luchar por una familia que esté basada en lazos de amor libres de intereses económicos y que no sirva de mecanismo sostenedor y reproductor del sistema. Decimos SÍ al matrimonio igualitario, para poder decidir  NO casarnos.

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